miércoles, 11 de febrero de 2009

COMUNICACION Y DESARROLLO

INTA
Seminario
Comunicación y desarrollo. Encuentros desde la diversidad
Comunicación para el desarrollo:
entre los irrenunciables ideales
y los juegos de poder
Daniel Prieto Castillo
Mendoza
18 de noviembre 2007
Puesto que nos situamos en esta primera parte del encuentro en líneas
históricas de la comunicación para el desarrollo, conviene partir de un marco
que nos permita abarcar en líneas generales en lo sucedido en la región. Para
ello apelaremos a materiales escritos por nuestro amigo Luís Ramiro Beltrán,
de manera especial a “Comunicación para el desarrollo en Latinoamérica. Una
evaluación sucinta al cabo de cuarenta años”
1
. Punto de partida planteado por
el autor:
¿Cuál ha sido la trayectoria de la comunicación para el desarrollo en
Latinoamérica? ¿Ha hecho esta región contribuciones significativas a
ella?
Enunciemos esos grandes momentos:
-Radio para los campesinos: Colombia. La experiencia de Radio Sutatenza,
1948, y su posterior evolución hacia ACPO, “Acción cultural popular”, con su
estrategia de escuelas radiofónicas.
-Radio de los trabajadores: Bolivia. La experiencia de los sindicatos mineros,
también a partir de 1948.
-Extensión agrícola y educación audiovisual, sobre la base del programa de
asistencia técnica y financiera a los países latinoamericanos. Nacimiento del
IICA, Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas, a mediados de los 50, con
sede en Costa Rica. Irrupción del “credo de la comunicación para el desarrollo”,
con las propuestas de Wilbur Schramm, Daniel Lerner y Everett Rogers.
1
http://www.orbicom.uqam.ca/in_focus/columns/es/archives/2002_june.html
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-Expansión de la comunicación para el desarrollo. Uso de videos para la
educación campesina, en Perú, con la conducción de Manuel Calvelo en un
programa de la FAO; proyectos de la UNESCO y del PNUD; televisión
orientada a transformar la educación formal en El Salvador, mediante un
programa de la USAID. Lanzamiento en México de su ambicioso programa de
televisión educativa.
-Capacitación e investigación. Fundación del Instituto Latinoamericano de
Comunicación Educativa, ILCE, en México, y del Centro Regional de
Investigación y Enseñanza en Periodismo para América Latina (CIESPAL), a
fines de la década del 50. Primeras investigaciones desde este último.
-El fracaso de las corrientes desarrollistas y la búsqueda de alternativas
democráticas en comunicación social. La discusión sobre un nuevo orden
mundial de la información y la comunicación.
-La comunicación alternativa: movimientos populares como Villa El Salvador,
en Perú; radios culturales y educativas; reporteros populares; educación a
distancia; cine dedicado a rescatar la cultura popular…
-La edificación institucional: creación en los setenta de la Asociación
Latinoamericana de Escuelas
Radiofónicas,
ALER; la Federación
Latinoamericana de Periodistas, FEPAL; La Federación Latinoamericana de
Escuelas y Facultades de Comunicación, FELAFACS, a comienzos de los 80…
-La consolidación de las carreras de comunicación, con aportes a la enseñanza
y la investigación.
-La consolidación en los 80 de instituciones dedicadas a la comunicación
radial, la educación a distancia, la comunicación rural, la comunicación para
salud, entre otras alternativas; investigaciones y propuestas teóricas
latinoamericanas; expansión de las carreras de comunicación, con fuerte
presencia de sus egresados en los medios masivos.
-Las irrupción del marketing social para impulsar proyectos educativos, en los
90. Las tecnologías digitales, con su incidencia en la educación formal, no
formal e informal.
Dentro de ese marco nos hemos movido todos, por lo menos en los últimos
cincuenta años. Me detendré en un punto a mi entender fundamental para
comprender los problemas que hoy tenemos con la comunicación para el
desarrollo: la continuidad del paradigma dominante. Luego me referiré a
algunos puntos de ese marco histórico, en los cuales me tocó desempeñarme.
Para esta primera parte seguiré argumentos desarrollados en el libro que
escribimos en colaboración con Peter van de
Pol.
2
Entre las armas y la comunicación
2
Prieto Castillo, Daniel; van de Pol, Peter. E-learning, comunicación y educación: el diálogo continúa
en el ciberespacio. Bogotá. Ed. RNTC. 2006.
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Harry Truman, 6 de agosto de 1945:
"Es una bomba atómica. Es la utilización del poder básico del universo.
La fuerza de la cual el sol toma su poder, ha sido enviada a aquellos
quienes llevaron la guerra al Lejano Oriente."
Harry Truman, 1949:
"Tenemos que embarcarnos en un programa nuevo y audaz para que
nuestros avances científicos y nuestro progreso industrial estén a
disposición de la mejora y el crecimiento de las áreas subdesarrolladas.
Más de la mitad de la población mundial vive en condiciones próximas a la
miseria... Por primera vez en su historia la humanidad posee el
conocimiento y la capacidad suficientes para aliviar el sufrimiento de esta
gente (...) nuestros imponderables recursos de conocimiento técnico
crecen constantemente y son inextinguibles (...) Una mayor producción es
la clave para la prosperidad y la paz. Y la clave para una mayor
producción es una aplicación más amplia y vigorosa del conocimiento
técnico y científico moderno".
De un lado el poder del sol capaz de destruir a quien se ponga adelante, de
otro el poder de la técnica para hacer de la tierra un paraíso.
En esos dos polos se ha movido la historia desde la segunda gran guerra: una
invitación al progreso vía conocimiento, técnica y ciencia, y una escalada de
armas capaces de aniquilar cientos de veces el planeta. En esa tensión entre la
acechanza suprema y la utopía científico-técnica, que no ha desaparecido
hasta ahora, se abrieron para nuestros países de América Latina las puertas de
la comunicación para el desarrollo.
Primera base de semejante poder: los laboratorios. Decía Truman:
"Las batallas de los laboratorios implicaban un riesgo mortal para
nosotros también. Pero, así como hemos ganado las batallas en el aire,
en tierra y en el mar, hemos ganado ahora también la batalla en los
laboratorios..."
Peter Drucker: la clave de la economía norteamericana estuvo en dos
vertientes: el laboratorio y el extensionismo agrícola. En el primero se hacía la
ciencia, mediante el segundo se llevaban los hallazgos a los agricultores.
Investigación y transferencia.
“El laboratorio de investigación, tal como lo conocemos ahora se
remonta al año 1905. Fue concebido y construido por la Compañía
General Electric Schnectady, Nueva York, por uno de los primeros
‘gerentes de investigación’ el físico germano-norteamericano Charles
Proteus Steinmetz. Desde un primer momento, Steinmetz tuvo dos
objetivos claros: organizar la ciencia y el trabajo científico para la
invención tecnológica con fines determinados y lograr una autor
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renovación continua a través de ese nuevo fenómeno social –la gran
corporación.”
3
Era el tiempo de la difusión de innovaciones y del extensionismo rural.
Volvamos Drucker:
“El acontecimiento económico más importante de este siglo es sin duda
el aumento casi exponencial de la producción y la productividad agrícola
(…)Dicho aumento se produjo, principalmente, a través de una
innovación social de los primeros años del siglo: el asesor agrícola. (…)
Julius Rosenwald, el director ejecutivo de la compañía Sears, Roebuck,
especializada en envíos por correo (…) inventó el asesor agrícola (y
durante diez años pagó asesores de su propio bolsillo, hasta que el
gobierno de Estados Unidos emprendió el servicio de Extensión
Agrícola).(…) El asesor agrícola proporcionó lo que hasta entonces
faltaba: un canal desde el pozo de conocimientos agrícolas en constante
crecimiento y la información para los profesionales del campo”.
4
Estamos hablando de comienzos del siglo XX. Todo aparecía entonces a favor
del paradigma dominante en comunicación: los diarios insistían en que la
primera gran guerra se había desencadenado a causa de la prensa, se ponían
en práctica las puñaladas de la propaganda política, la publicidad hacía con
vigor lo suyo, entraba en escena la radio y muy pronto lo hacía la televisión, en
un ambiente ya sembrado por el cine. Cuando la comunicación para el
desarrollo sustentada en el paradigma dominante fue lanzada a Asia, África y
América Latina, llevaba éste ya casi medio siglo y había sido legitimado con
fuerza en la segunda gran guerra. No nos puede extrañar su presencia, casi sin
ningún tipo de barreras críticas en las décadas del 50 y del 60, y su continuidad
en muchos casos hasta el presente.
Durante más de 15 años, desde mediados de los 70 hasta comienzos de los
90, realizábamos al comienzo de cursos y talleres un ejercicio destinado a
identificar la presencia del paradigma dominante en comunicación. Le
pedíamos a los participantes lo siguiente:
-defina comunicación,
-defina los conceptos más importantes utilizados en su definición.
Cientos de respuestas registradas a lo largo de años mostraban, en términos
generales, lo siguiente:
1. la clarísima vigencia del modelo tradicional de comunicación, basado
en el esquema de emisor, medios, mensaje, receptor y
retroalimentación;
2. la reducción de lo comunicacional a medios de comunicación;
3
Drucker, Peter, Las fronteras de la administración, Buenos Aires, Sudamericana, 1987.
4
Drucker, op. cit.
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3. la confianza en el poder de los mensajes para cambiar conductas o
para transferir tecnologías;
4. la concepción de lo comunicacional como un instrumento de solución
de problemas sociales más amplios y no como un elemento de toda
cultura humana.
Reconocimos que la permanencia del modelo clásico arrojaba, y arroja, varias
consecuencias para la práctica:
1. El protagonismo institucional. El modelo acentuaba el papel del
emisor en el proceso, venía a legitimar la emisión privilegiada: la
sociedad dividida entre emisores y receptores.
2. La reducción de lo comunicacional a medios.
3. El énfasis en lo comunicacional en el trabajo con el público a
transformar, sin una toma de conciencia de los problemas de la
comunicación interna de la propia organización y de la comunicación
interinstitucional.
4. La especialización del trabajo comunicacional, como labor de unos
pocos en las instituciones.
5. El privilegiamiento de la fuente emisora llevaba a una confianza
excesiva en el poder de los mensajes para cambiar conductas o para
transferir tecnologías.
6. La preeminencia del modelo clásico implicaba un pobre conocimiento
de las características de los destinatarios.
7. Consecuencia final lo comunicacional ligado a impactos sin relación
con lo cultural.
¿Han cambiado de manera suficiente esas formas de sostener el paradigma
dominante? Tengo muchas dudas. Estoy de acuerdo con lo expresado por
Joseph Ascroft y Sipho Masilela:
“El problema es que el paradigma dominante no murió: sólo se escondió bajo
tierra, donde está vivito y coleando. Y parece que hay una muy bien elaborada
conspiración para tapar su supervivencia. ¿De qué otro modo podríamos
explicar el hecho de que en la edición de 1983 de Difusión de innovaciones, la
definición de agente de cambio que da Rogers ha seguido tan verticalista como
siempre? (…) Uno podría pensar que la muerte del paradigma dominante
resultaría en el surgimiento de un paradigma alternativo. Desde América Latina
vinieron nuevas alternativas heurísticas: La "concientización" de Paulo Freire, y
la "comunicación horizontal" de Beltrán. Brillaron mucho por un momento, y
como estrellas fugaces se desvanecieron del lenguaje del desarrollo
internacional. De mano de los pensadores críticos europeos -Schiller, Hamelink
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y Mattelart- no llegaron conceptos, ni "otra comunicación"; sólo preguntas.
¿Quién controla los sistemas comunicativos del desarrollo? ¿A qué intereses
sirven?”
5
Volveré sobre esto hacia el final de mi presentación. Veamos ahora algunos
puntos para la discusión:
El paradigma dominante ofrecía un marco de seguridad para la acción
cotidiana, permitía la producción de materiales, aseguraba la distribución, se
lograba que la gente se expusiera a los mensajes, en algunos casos se
registraban diálogos, transformaciones incluso. Y, sobre todo, el paradigma era
coherente con la estructura institucional de la cual provenían las propuestas.
Desde el punto de vista cultural, con aquello de cambiar conductas y
percepciones de sociedades tradicionales que debían entrar a la fase superior
del desarrollo, los resultados fueron tan pobres, o más, que los anteriores. La
revolución del campo no fue nunca producto de una pretendida revolución
comunicacional.
Una primera lección es que la comunicación por sí sola no transforma
relaciones económicas, no puede aportar gran cosa a la reducción de las
desigualdades sociales.
Si hubo una pedagogía, la misma fue de tipo directivo, basada en la estructura
del paradigma dominante, con todo el peso del emisor privilegiado expresado
en instituciones y en técnicos.
Sin embargo, no dejamos de reconocer aspectos positivos de ese movimiento.
En el período indicado se fueron consolidando en algunas instituciones grupos
de comunicadores, inicialmente conformados por gente venida de la práctica,
pero ya desde fines de los 70 integrados también por egresados de carreras de
la especialidad.
Otro ámbito a rescatar corresponde a las instituciones que acompañaron estos
procesos. Dentro de esos esquemas, se fueron generando espacios de
reflexión, de diálogo, de intercambio de experiencias, que posibilitaron la
ampliación de la mirada y la reorientación de formas de comunicar.
Tampoco podemos dejar de lado el aporte de las carreras de comunicación
social. En los proyectos de apoyo al desarrollo se fueron incorporando
egresados de comunicación aún cuando en sus estudios no se los capacitó en
esa dirección. A esto hay que añadir la presencia de algunas materias de
comunicación en los establecimientos dedicados a formar ingenieros o técnicos
agrícolas.
9. Joseph Ascroft y Sipho Masilela “Toma participativa de decisiones en el desarrollo del Tercer
Mundo”, Texto publicado en Participatory Communication Working for Change and
Development,1994
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¿Qué significaba aprender para quienes impulsaron el paradigma dominante?
La comunicación para el desarrollo en sus fases iniciales tuvo siempre
pretensiones educativas, sin una base pedagógica. No reflexionó sobre lo que
significa aprender. Se mantuvo en la vieja tradición basada en el poder de la
palabra (llevada por los medios de comunicación) para sembrar conocimientos
y transformaciones, modos de ser, de ver y de hacer. Tampoco significó una
apuesta por la democratización del uso de los medios por parte de la
población, no sólo por razones técnicas, sino por la rígida división entre el que
sabe y el que no sabe.
Itinerario personal
No todo lo sucedido desde la comunicación y la educación en nuestra región
quedó sujeto a la presencia del paradigma dominante. Menciono tres
momentos de resistencia y de impulso a una mirada diferente: el protagonizado
por Luis Ramiro Beltrán y Juan Díaz Bordenave, desde la década del 60; el
movimiento para un nuevo orden mundial de la información y de la
comunicación; y la publicación del formidable texto de Paulo Freire Extensión o
comunicación. La concientización en el mundo rural, en Santiago de Chile,
1971. Me detengo un instante en este último. Se trata de un texto escrito con
una claridad estremecedora, con una argumentación implacable y con una
firmeza tal que luego de su lectura no puede uno seguir hablando de
extensionismo y mucho menos practicarlo a la manera en que lo denuncia
Freire. Podríamos haber tenido un antes y un después en ese año: fin del
paradigma dominante, nacimiento de una comunicación basada en la
participación, la interacción, la colaboración, la interlocución… Pero aquí
estamos, con la mayor parte de las universidad empecinadas desde sus
estatutos en seguir hablando de la función de extensión, con el paradigma
vivito y coleando. Sucede que las instituciones tienen estructuras, lógicas,
juegos de poder, que las vuelven a menudo impermeables a propuestas como
la de nuestro educador. Retomaré esto también hacia el final cuando toque lo
relativo a la gestión en las instituciones.
Paso ahora a referirme, recordando a Maturana, a lo que sucedió en la deriva
de mi existencia con respecto a la comunicación para el desarrollo. Entre a las
relaciones comunicación-educación a mediados de la década del 60, cuando
de maestro de escuela pasé a trabajar como forma de vida en el campo del
periodismo. Hacia el 68 comencé a preguntarme por la relación entre esas dos
vertientes de la práctica y del saber que me han acompañado hasta el
presente. Por el 69, con muchas herramientas aprendidas durante mi carrera
de filosofía, incursioné en la lectura crítica de mensajes, en talleres con
maestras y maestros de escuelas de Mendoza. Eran los tiempos en que
relacionábamos con fuerza, y con toda convicción, la concientización con el
develamiento de los motivos ocultos de determinados discursos: hablábamos
de primeros y segundos mensajes, de lo patente y lo latente, de estereotipos,
de manipulación… Nacía en esos años una línea de trabajo que está lejos de
desaparecer de América Latina: la educación para los medios.
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En 1973 me hice cargo de la dirección de la Escuela de Periodismo de
Mendoza, institución que dependía entonces de la provincia. El establecimiento
pasó a denominarse escuela de comunicación y propusimos tres salidas
profesionales: periodismo, comunicación municipal y comunicación
universitaria. No llegamos a tener egresados, la escuela fue cerrada en 1976,
los planes de estudios eliminados y los restos de ese naufragio pasados a una
universidad privada. Esa acción pionera ha fructificado en no pocos puntos de
la región con el surgimiento de estudios y de prácticas sostenidas dentro del
ámbito de la comunicación municipal. No puedo decir lo mismo de la
comunicación universitaria. Fuimos pioneros casi para la nada. Podemos dar
cuenta de reuniones y congresos sobre el tema, pero de las 1000 carreras
universitarias de comunicación que existen en América Latina, prácticamente
ninguna se interesa en ofrecer capacitación para esa tarea fundamental para
cualquier universidad.
Tuve oportunidad de trabajar en dos organismos fundados a iniciativa de la
UNESCO a finales de los 50: el Instituto Latinoamericano de Comunicación
Educativa, ILCE, y el Centro Internacional de Estudios Superiores de
Comunicación para América Latina, CIESPAL. En el primero lo hice como autor
de la Maestría en Comunicación Educativa, que se impartió a partir de 1978.
En esos estudios comenzamos a desarrollar el concepto de diagnóstico de
comunicación, además de una orientación de cuestiones teóricas a la práctica
en los medios analógicos de entonces. En 1983 me incorporé a CIESPAL.
Ofrecíamos con mi amigo chileno Eduardo Contreras un curso de cinco
semanas de duración (una vez cada año en Quito y otra en algún país de la
región), con personas becadas para dedicación a tiempo completo, sobre
diagnóstico, planificación y evaluación de la comunicación. Se incorporaban a
esos espacios de estudio periodistas, docentes universitarios y representantes
de organizaciones no gubernamentales. La experiencia duró cinco años.
Funcionaba al mismo tiempo en CIESPAL el proyecto Radio Nederland
Training Centre, RNTC, dedicado a radiodifusoras educativas y comunitarias,
entre otras tareas siempre relacionadas con la comunicación educativa. En
1987 el proyecto pasó a Costa Rica, primero con sede en el Instituto
Interamericano de Cooperación para la Agricultura, IICA. Me incorporé a ese
equipo de amigos, en una comunidad aprendizaje y de enseñanza de la cual
no me he apartado hasta el presente. En esas experiencias combinamos una
oferta de capacitación que incluía diagnóstico, planificación y evaluación de la
comunicación, pero dentro de una práctica con medios como la radio y la
televisión, además de los impresos que nunca quedaron fuera. El proyecto se
movía en capacitación, producción e investigación. Entre las muchas iniciativas
que impulsamos en esos años, menciono uno: la conformación de un grupo de
promotores rurales del Ministerio de Agricultura de Costa Rica, 22 personas si
no recuerdo mal, que durante un año y medio pasaron por talleres de
capacitación y de interaprendizaje, todos ellos en el campo de la comunicación
para el desarrollo.
En 1988 comenzamos con Francisco Gutiérrez Pérez en Guatemala un
proyecto de educación a distancia con dos universidades, Rafael Landívar y
San Carlos. Fueron cuatro años al cabo de los cuales nació nuestra propuesta
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de mediación pedagógica, que traje al INTA en uno de los textos que
publicamos. Esa experiencia me marcó hasta ahora: continúo con la tarea de
educador, tomando como punto de partida la pedagogía y la labor de promover
y acompañar el aprendizaje, que caracteriza nuestra propuesta de mediación.
Incluso, y más que nunca, a la hora de hablar de las tecnologías. No me canso
de escribir y de repetir: primero pedagogía, después tecnologías.
En 1998 comencé a colaborar en la Maestría en Planificación y Gestión de
Procesos Comunicacionales, en la Facultad de Periodismo y Comunicación de
la Universidad de la Plata, estudios dirigidos por nuestro querido amigo
Washington Uranga. Me hice cargo de los seminarios de Planificación y
Gestión, porque era el tiempo en que nos correspondía tomar en consideración
eso que llamamos gestión de la comunicación.
Retomemos lo del paradigma dominante
Es refiriéndome a la gestión de la comunicación como voy a cerrar mi
participación. Todo el camino que les he narrado a grandes trazos significó un
esfuerzo de diagnóstico, de planificación, evaluación, mediación…, pero
seguíamos sin entrarle al toro. Porque el toro, porque la clave de todo lo que
aspiramos y alguna vez hemos logrado en la práctica, es el día a día de las
instituciones, es el hacer, es la gestión de la comunicación.
Corresponde ahora que retome mi trabajo publicado en el Boletín del INTA, en
el 2004. Decía entonces:
Y las formas de poder social e institucional condicionan, cuando no
determinan, la gestión de la comunicación en las organizaciones,
pregonada también en nuestro tiempo como un camino para entrar a la
sociedad de la información, el aprendizaje y el conocimiento.
Acerquémonos a ella desde el ideal. Me refiero a la gestión de:
Información,
redes,
medios,
momentos
comunicacionales,
conversaciones, imagen a lo interno y a lo externo, puntos de encuentro
(entre los integrantes de la institución y de la institución con sus
interlocutores), relación con otras instituciones, relación con los medios,
relación con los interlocutores, relación con la sociedad.
La comunicación es el lado más sensible de una organización. Todo
cambio, toda rutina envejecida, se reflejan en ella. Por eso resulta
ilusorio pretender transformar la opacidad y la dureza de los viejos
códigos de gestión y de relación a partir de su gestión. Variable
dependiente, variable sujeta a los vaivenes de las jerarquías y de las
políticas; variable atada a la inercia: “el que se mueve pierde”. Recuerdo
a un colega que trabajaba en un juzgado: “Mi política de comunicación,
le dijo el primer día de labor el juez, es no comunicar”.
¿Para qué seguimos formando comunicadores? ¿Para qué continuamos
impulsando ideales de gestión? ¿Para qué insistimos en la búsqueda de
relaciones diferentes con el apoyo de la comunicación? ¿Tiene sentido
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aspirar a transformaciones con nuestra participación cuando todo viene
desde otras variable, ligadas al poder?
Tiene todo el sentido. Los últimos cincuenta años en América Latina y en
el país han abierto el camino a valiosos desarrollos en nuestro campo,
en apoyo a la educación, a la promoción de la salud, a lo rural, a la
comprensión de las organizaciones, a la lectura de la cultura mediática.
Si algo se ha aportado en todo ese período, es a una comprensión de la
complejidad de la sociedad, en la cual entra con toda fuerza la
complejidad de lo comunicacional. Contamos con ricas experiencias, con
marcos teóricos y metodológicos, con materiales, con personas
capacitadas.
La presencia del poder, el reconocimiento de nuestra condición de
variable dependiente, no nos hace muy diferentes de lo que sucede con
otros ámbitos disciplinares o de la vida misma. Las organizaciones, la
sociedad, son el espacio de la contradicción. En ellas nos movemos y
moveremos siempre. Desde nuestra práctica, desde nuestra capacidad
de gestión, nos corresponde formarnos lo mejor posible en todos los
frentes señalados más arriba.
Ninguna magia, entonces, con este milagro comunicacional de fin se
siglo y de comienzos de éste. Las tecnologías no nos hacen solidarios,
no nos humanizan en dirección a la democratización y la participación.
Todo depende de los seres humanos y de los códigos institucionales
puestos en juego, de la inserción en el contexto, de la voluntad de
redistribución del poder y de los movimientos sociales y grupales para
lograr esto. Todo, incluidas la gestión de la comunicación y nuestra
práctica profesional.
Los posibles aportes estarán en relación siempre con los espacios de
gestión en los cuales nos insertemos. El problema suele ser que cuando
se abren oportunidades nos encontramos con las manos vacías de
recursos para trabajar. De modo que continuamos insistiendo en los
ideales de una comunicación diferente, sostenidos por el largo camino
recorrido en América Latina y en nuestro país.
Hé aquí colegas la clave de la continuidad del paradigma dominante. No lo
sostienen cuestiones comunicacionales, sino la vida cotidiana de buena parte
de las organizaciones, las tramas, danzas y contradanzas del poder, la
opacidad de estructuras nacidas para sostenerse a sí mismas y no para
trabajar a favor de diferentes grupos sociales.
Lo expreso con palabras de Castells, referidas al terror que despierta Internet
en algunos sectores de la sociedad:
“En realidad, estamos ante algo más profundo: el rechazo de las
personas mayores, de las elites de poder y de las instituciones y
organizaciones de la vieja sociedad a las tecnologías, culturas y modos
de relación de la sociedad que nace y que ya vive plenamente en los
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jóvenes. Y es que Internet es, ante todo, instrumento de libertad y
espacio de comunicación autónoma, tal como demuestra la
investigación. Y como el poder, desde siempre, se ha fundado en el
control de la comunicación y la información, la idea de perder ese control
es simplemente insoportable.”
6
La comunicación para el desarrollo ha estado siempre en medio del vértigo de
esa tensión: de un lado un camino abierto y sostenido por generaciones de
comunicadores que han buscado salirse de propuestas directivas, cuando no
autoritarias; de otro la continuidad de un paradigma apoyado en intentos de
conservar grandes o míseras cuotas de poder. No creo que esa tensión
desaparezca, pero hoy más que nunca tenemos oportunidades de
comunicación, colaboración e interaprendizaje, merced a la base tecnológica
que cada día nos ofrece más posibilidades. Llegamos a ella no con las manos
vacías, sino con toda una experiencia acumulada que nos permite enriquecerla
con todo lo atesorado a través de tantos movimientos de la región que forjaron
una comunicación diferente, basada en la problematización y en el respeto; en
la contextualización y en el reconocimiento de las diferencias; en la
colaboración y el interaprendizaje.
Es un honor para mí estar en esta mesa, en compañía de mi querido y
admirado Juan Díaz Bordenave y de un hermano en estas búsquedas,
Washington Uranga. No sé si mi trabajo da para el calificativo de pionero, que
se aplica con toda justicia a seres como Juan y Luís Ramiro, pero de algo estoy
seguro: los esfuerzos que realizamos en todas estas décadas, y que no decaen
para nada, que siguen vivos y con toda la energía del mundo, tienen un
sentido. Lo prueban ustedes, lo prueba la convocatoria a este encuentro, lo
prueba la explosión de libertad que viene significando Internet apoyada en las
fuertes raíces y en la práctica de la comunicación alternativa de nuestros
países latinoamericanos.
6
Castells, Manuel. La Vanguardia, 30/06/07.
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PARA+EL+DESARROLLO&hl=es&ct=clnk&cd=3&gl=ve

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